Tras muuucho tiempo sin publicar hoy volvemos con una receta de inspiración oriental pero con raíces europeas. Cualquiera que sea madrileño y se sienta orgulloso de ello conocerá un pequeño local pero con una enorme historia en pleno centro de la capital, cuyo plato estrella es el bacalao. Hablo de Casa Labra, un establecimiento fundado en 1860 y que es parada obligatoria para cualquiera al que le guste el bacalao y la buena comida en general.
Si aún no has visitado este templo del bacalao una advertencia: una vez pasado el confinamiento actual es de obligado, repito, obligado cumplimiento hacer una visita, preferiblemente a la hora del típico aperitivo y tomarse una caña con unas piezas de bacalao.
Si aún no has visitado este templo del bacalao una advertencia: una vez pasado el confinamiento actual es de obligado, repito, obligado cumplimiento hacer una visita, preferiblemente a la hora del típico aperitivo y tomarse una caña con unas piezas de bacalao.
Pero tranquilos, para aquellos que no tengan la suerte de vivir en Madrid voy a tratar de emparejar la tradición oriental con la más castiza para dar vida a un plato que a buen seguro hará las delicias de los amantes de una y otra gastronomía. Para ello vamos a dar una vuelta de tuerca a la técnica de la tempura con el típico rebozado.
Pese a que es el país que la ha popularizado, la tempura no es una técnica originaria de Japón. Fueron misioneros españoles y portugueses, principalmente los que introdujeron esta forma de cocinar alrededor del siglo XVI como medio de preparar pescado y verdura durante los períodos de vigilia. Entre nosotros, como el pescaito frito de toda la vida.